Catastericémonos

A oscuras. 
Así es como mejor te pienso. Me enseñaste a disfrutar la noche como una niña pequeña, en el sentido más inocente que pueda sobreentenderse. Tú y tus estrellas fugaces de las que tanto hablabas por inanición y rozamiento, el rozamiento que tú y yo nunca llegamos a tener, por culpa del espacio y tiempo que tanto intentabas calcular, frustrándote al ver que todo pasaba demasiado despacio y viendo como cada ecuación salía peor que la anterior. Querías el equilibrio, querías abandonar el estado de reposo (contradicciones tuyas a las que me acabé acostumbrando) y así viajar conmigo al fin del universo, estuviera este dónde estuviera, y eso hiciste, pero olvidaste que yo soy de las que temen lo infinito y de las que conciben el universo como una goma elástica que de un momento a otro separa a dos elementos que están juntos despreciando que más tarde o más temprano tendrá que volver a juntarlos en el mismo punto de inicio.
El Big Bang en forma de despedida, o huída, explotó; pero tu corazón de acero inexorable, y también inolvidable, siempre estuvo conmigo y aquello que tanto te frustraba: la proporción de nuestra atracción al cuadrado de nuestra distacia, hizo que mientras me alejaba me diese cuenta de que la raíz cuadrada de esa distancia también era proporcional al beso que nunca me diste. El fallo ya no era ni matemático ni cosmológico. En seguida emprendí el viaje de vuelta, aprovechando el impulso que me daban las órbitas del recuerdo de tus caricias y el efecto Big Bang de antes volvió a materializarse, estábamos volviendo a donde siempre, cayendo en la cuenta de que el fenómeno se repetiría infinitas veces, el tiempo contigo no existía. Éramos eternos.
La expansión del universo no nos separaría jamás, porque la delimitaban nuestros cuerpos.
Ningún astrónomo supo explicarnos, de hecho, muchos de ellos se frustraron, los restantes simplemente se limitaron a aprender de nosotros.
Fuimos, somos y seremos aquella estrella fugaz que se quedó para siempre.
Porque fuimos, somos y seremos ajenos a las mundanas leyes físicas que se atrevan a estudiarnos.

j.     





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