Filantropía

No somos más que almas perdidas que luchan todos los días por no sentirse solas en un universo más desconocido que cada una de las mentes que vagan por lo que decimos llamar mundo.
En los comienzos del mundo sólo había agua, después llegaste tú de la manera más sempiterna posible y, como si de humo se tratase, nuestros cuerpos emergieron del agua fundiéndose en uno solo. Es una sensación tan intensa que parece que no haya existido nunca. Nuestras almas empezaron a entremezclarse como si de una maraña de hilos se tratase, irrompible, desafiando a las leyes naturales. La luz empezó a irse, me veía sola perdida en un infinito aterrador que me estaba devorando hacia las profundidades más impenetrables de tu corazón gracias a ese abismo imposible que nos dimensiona. Y no es por el miedo a caer, porque me enseñaste a tocar fondo, sino por todas las veces que te pensé y sentí como te clavabas en mi, sin quererlo, como acariciando el corazón, pero resquebrajando cada centímetro de mi ser.
Brillábamos como estrellas, como siempre, como nunca, y mis besos callaban los te quiero ahogados, y mis manos te acariciaban con los ojos cerrados, como una ciega que descubre la perfección con el tacto. 
El amor dejaría de serlo para ser algo que sólo fuera comprensible para ti y para mi, para los dos y nada más. Dártelo todo y no guardarme nada, por mi incontinencia verbal y amorosa cuando a ti me remito. Beberme los vientos, robar las estrellas del cielo y ponértelas todas a tus pies para demostrarte que no valen absolutamente nada.
Pero abrí los ojos y no estabas y dolía tanto que las navajas afiladas brillaban de reflejos de espanto haciéndome sangrar de la manera más brutal imaginable. Y nunca había amado tanto la vida, nunca había querido tanto, que esas estrellas nunca hubieran querido ser, si les hubiesen dado a elegir ser tu manto. Y yo me desintegro en el mar y en la noche, esperando a nada, esperándote a ti, quizás soñando mientras miras al cielo y miras esa misma estrella que me está cegando a mi soñando.
Y así, acercarme un poco más a lo eterno para que seas mi mejor coartada ante la inevitable levedad de nuestros cuerpos mortales y de nuestras almas perdidas en un inmenso mar que entre marea y marea evita que nos encontremos, porque sabe que de ser así: no habrá fuerza filantrópica posible capaz de separarnos jamás.

J.

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